viernes, 29 de febrero de 2008

Los pelos como escarpias...



En mi empeño por aprender algo de inglés, uno de los ejercicios que más gratificantes me resuta es traducir canciones. Aprovecho aquellas que tengo guardadas en mi corazón, esas canciones que significaron algo en mi vida y de las que muchas veces no alcanzaba a comprender totalmente su significado. Algunas de mis favoritas son las de mis queridos U2, en mi opinión, el mejor grupo de pop-rock de las últimas décadas.

U2 muchas veces tiñe de sentido religioso sus canciones, y para apreciarlas poco importa si eres creyente o no. Tocan tu fibra sensible y despiertan en tí emociones, que es el último fin de la música y por extensión de cualquier forma de arte.

Si a alguien, no importa si creyente o no, no se le ponen los pelos como escarpias con esta versión de But Still Haven't Found What I'm Looking For es que tiene un adoquín por corazón. Eso sí, el vídeo es pésimo, mejor os lo imagináis en una recoleta y colorida iglesia de un barrio negro de Nueva Orleans...

Y ahora toca Villalba...

Pues casi sin solución de continuidad, después de darnos un buen baño, y no precisamente de multitudes, en la Media Maratón de Torrevieja llega la segunda edición de la Media Maratón de Villalba. Esta media ya la corrí el año pasado en su primera edición y me causó muy buena impresión. Es un recorrido muy ondulado y parcialmente discurre por caminos de tierra en buen estado. La mezcla de asfalto y tierra le da un "toque" original que me gustó mucho. Me pareció muy bien organizada, con un trato muy agradable hacia el corredor y me pilla a menos de una hora de casa, por lo que este año no quería faltar.

Los objetivos, los mismos que en Torrevieja: hacer tan solo un rodaje "cualificado", es decir, algo más largo y rápido de lo que haría normalmente. A tal fin ya he tomado mis precauciones para no excederme en el ritmo y entre los paquetillos del foro de ElAtleta.com ya hemos hecho un par de grupetes. Uno pelín más serio, y otro, el de las risas, que se irá seguramente cerca de las dos horas. Ese es el mío...

miércoles, 27 de febrero de 2008

Rodaje bajo la lluvia




 

Son las seis de la tarde. Lleva un par de horas lloviendo intermitentemente y no parece que vaya a dejar de hacerlo en las siguientes. No obstante miro insistentemente hacia el cielo con la esperanza de que sea así, que la lluvia dure al menos lo mismo que mi rodaje que está a punto de empezar.

Tengo una relación algo peculiar con la lluvia. Casi podría calificarla de esquizofrénica. Me molesta muchísimo en mi vida habitual, en esa parte de mi vida en la que voy al trabajo, de compras al supermercado o a buscar a mi hijo al colegio. No soporto la sensación de mi cabeza mojada, el pelo húmedo, los zapatos que se empapan... Sin embargo corriendo es otra historia. Corriendo la lluvia me resulta refrescante y vivificante. Me estimula los sentidos: el frescor del agua en mi rostro, el sonido del golpeteo contra mi chubasquero, el olor a tierra mojada, el sabor de alguna gota que furtivamente se cuela en mi boca, arrastrando a veces el trazo salado de mi sudor, el color, maravillosamente saturado, que le da al campo: verdes intensos y vibrantes, frescos. Increíbles matices de gris en el cielo...

Esos días tengo prohibido terminantemente hacer otra cosa que un rodaje lento que me permita respirar tranquilamente, no sentir ninguna presión de tiempo ni plan predeterminado ni sentir otras sensaciones que las descritas. Esos días me siento bien. Relajado, vivo, feliz...

Nunca llevo música mientras corro. Me distrae de mis pensamientos, a los que dejo vagar libremente, pero con mucha frecuencia una melodía, un estribillo se cuela en mi mente y me acompaña durante toda la sesión. Hoy, mientras iniciaba mi rodaje, y viendo a la gente, corriendo desordenadamente en un intento de resguardarse de la lluvia, he recordado la primera estrofa de Mad World, de Gary Jules, (ignoro si es realmente suya o una versión), que me parecía de lo más apropiada para lo que veía. Transcribo:

All around me are familiar faces
Worn out places - worn out faces
Bright and early for their daily races
Going nowhere - going nowhere
Their tears are filling up their glasses
No expression - no expression
Hide my head I want to drown my sorrow
No tomorrow - no tomorrow

Más o menos algo así:

Todos los rostros a mi alrededor son familiares
Lugares gastados, rostros cansados
Brillantes y madrugando hacia sus carreras diarias
Yendo a ningún lado, yendo a ningún lado
Sus lágrimas corren bajo sus gafas
Sin expresión, sin expresión
Oculto mi cabeza, quiero ahogar mi dolor
Sin futuro, sin futuro

Ved y escuchad esta maravilla:

lunes, 25 de febrero de 2008

Media Maratón Ciudad de Torrevieja

torrevieja (24-02-08) 027

Bueno, pues con algo de retraso, debido a que el lunes tuve una reunión de trabajo en Valladolid, ahí va la crónica de la media maratón de Torrevieja, que realmente debería ser más la crónica de un fin de semana que de una carrera, porque como muy bien dice mi amigo Lander, lo importante es "el resto".

Y el resto fueron dos días estupendos en los que disfrutamos de buena compañía, buen ambiente, buena comida, (y bebida), risas a mansalva y de paso, pues corrimos una media. Pero como últimamente me he propuesto no olvidarme de que esto es un blog de atletismo, vamos con el análisis de la carrera.

Inscripción. Como casi siempre, la hice por internet. Fácil y barata para lo que ofrece a cambio. Confirmada por e-Mail y comprobable a través de la Web del Grupo Brottons

Recorrido. Llano, llano: altura máxima dos metros sobre el nivel del mar, con eso lo digo todo. Totalmente urbano aunque hay un tramo muy abierto en el que el viento se notó bastante. Sólo hay un par de giros cerrados que te hagan perder el ritmo.

Organización. Hasta donde yo vi, perfecta. Ningún problema para recoger chip y dorsal. Buena organización de las zonas de recogida, salida, (algo estrecha), y meta, y excelente la zona de llegada, muy amplia, con muchas atenciones al corredor: avituallamiento variado y abundante, posibilidad de escoger talla de camiseta, masajes... Suficientes y amplios avituallamientos en carrera, con un montón de animosos voluntarios que el domingo se ganaron más que de sobra lo que quiera que les dieran. Un par de speakers en zona de Salida-Meta al más puro estilo americano. Resultados prácticamente instantáneos... Repito, muy buena organización.

Bolsa del corredor. También muy buena. Calcetines técnicos con el dorsal para los inscritos antes de determinada fecha. Ya en meta una bolsa de lona perfectamente utilizable, con un niki, una toalla, un gorro y una bufanda. Todo útil.

Animación. Lástima de viento y lluvia, pero aún así en algunas zonas había público. Estoy seguro de que el recorrido se presta a una buena afluencia de gente si el día hubiera sido mejor.

Y la Crónica...

Después de descartar el ataque a mi marca en media, (que sí, ya se que huele), llegaba a Torrevieja con la única idea de pasar un buen fin de semana y hacer un rodaje "cualificado", es decir, algo más largo y rápido que lo normal, pero en ningún caso excesivo. Tuve la suerte de que Carlos, (Darth Vader), en su preparación para el maratón de París se propusiera hacerla en dos horas, lo que de paso sería MMP para él, así que tenía compañía para pasar un buen rato. Con estas premisas, sin presión y con ganas de disfrutar, sólo quedaba esperar que el fin de semana saliera según lo planeado.

El hotel, Vacanza Sun Beach, en Guardamar del Segura, de lujo. Lola, la esposa de Lander nos consiguió un precio muy ajustado en un hotel recién construído, con buenas instalaciones, habitaciones amplias y limpias, un Kid's Club que hizo las delicias de los peques, un buen buffet y spa, (con una sesión gratis incluída en el precio). Muchas gracias Lola.

El viernes tarde, encuentros según íbamos llegando a Guardamar, novedades, planes, y el típico: ¡qué fino te veo tío!, que dedique a todos mis compañeros de media, (por cierto, a mí nadie me lo dijo, ignoro porqué, jajaja...). Esa misma tarde disfruté de la sesión de spa, ¡madre mía que relax!. Estuve casi dos horas disfrutando de los chorritos de agua acariciando cada parte de mi cuerpo, el jacuzzi, los contrastes frío/calor, el bañito turco, la piscinita de agua fría, la sauna, más piscinita de agua fría... Salí de allí como nuevo. Por la noche cenita en el mismo hotel, café, copita, mucha charleta y a dormir, que el día había sido largo.

El sábado mañana hicimos un pequeño rodaje, (que al final no resultó tan pequeño), para calentar motores de cara al domingo. Javi, (Soy_Maratoniano en el foro), nos llevó por la ribera del río Segura hasta el rompeolas de Guardamar, y de allí subimos por La Pinada: un maravilloso recuerdo de la zona boscosa de pinos y eucaliptos que antaño cubrían buena parte del litoral en esa zona. Fue un rodaje maravilloso, lento, suave, oliendo a salitre y vegetación, y oyendo, entre chascarrillos y chistes, a las gaviotas que nos sobrevolaban y el rumor de las olas rotas contra la costa. Ducha y a por las familias... Con ellas, y de nuevo con Javi como guía, repetimos visita al rompeolas y subimos a las ruinas del castillo. Ya por la tarde nos acercamos a Torrevieja a recoger dorsales y dar una vuelta por el paseo marítimo. La cena en un italiano tranquilo reservado por Malagueta donde nos pusimos hasta las trancas de pizza, pasta y cervecita por aquello de "la carga de hidratos" y la hidratación pre-carrera.

El domingo no empezó bien. Habíamos quedado a las ocho menos veinte y yo llevaba mi coche hasta un parking "privado" gentileza de Malagueta padre a ¡cien metros de la salida!. Nunca tendremos un lujo igual. Pero entendí mal la hora, pensando que lo habíamos hecho a las ocho y veinte y a las ocho, cuando me llegó un SMS solicitando educadamente mi presencia entre el resto de corredores que pacientemente esperaban a la puerta del hotel, salté de la cama y corrí escaleras abajo. Nada más salir de la habitación me dí cuenta de que el día era pésimo para correr: un fortísimo viento sonaba a través de las ventanas y al llegar al hall ví que además llovía en abundancia. Cariacontecidos mis compañeros y cariacontecido y avergonzado por el retraso yo, nos dirigimos a Torrevieja. Allí el día mejoró bastante, aunque el viento y el agua fueron una constante durante la carrera.

Desayunamos muy temprano en una cafetería a la vista de la salida, entre nosotros y el mar. Charlamos, ojeamos a los rivales, y a las nueve y media salimos a calentar enfundados en sendas bolsas de basura amablemente cedidas por un bar cercano, en el que tomamos un último café "para activar el metabolismo de las grasas", ya que tanto Darth Vader como yo habíamos olvidado llevar un chubasquero.

La salida, a pesar de la lluvia, y gracias en parte a la labor de los speakers fue de lo más animada. La temperatura era suave y en un par de kilómetros las bolsas de basura ya estorbaban. El plan era mantener el ritmo constante en busca de esas dos horas, y eso es lo que hicimos. Por el camino nos fuimos cruzando varias veces con los compañeros, con distintos objetivos, desde nuestras dos horas a la hora y media de Malagueta y Javi y pasando por la hora cincuenta de Lander y Nacho. En cada cruce les fuimos dano ánimos en busca de ese pequeño "empujón" que tanto se agradece.

Aunque viento y agua castigaron lo suyo, Darth Vader sólo flojeó un poco en el último kilómetro, en gran medida, y más que por problemas físicos, por el mosqueo que llevábamos con nuestro foregonglios, perfectamente sincronizados pero que al final de la carrera nos marcaron más de ochocientos metros de más sobre el recorrido, teóricamente homologado. Tengo que matizar que llevábamos distintos aparatos: yo uso el sensor G3 de Polar y él un Forerunner, aunque evidentemente los satélites con que ambos se sincronizan sean los mismos. No me explico el porqué de estas diferencias en casi todas las carreras. En los circuitos que yo tengo medidos con la bici y entre puntos kilométricos de carretara mi sensor "lo clava", pero aparte de ayer, en el maratón de San Sebastián también me marcó una distancia muchísimo mayor de la que creo razonable por el lógico zigzageo alrededor de la medición oficial.

Después de la carrera y de una deliciosa y reconfortante ducha caliente comimos juntos una riquísima paella, de nuevo con vistas al mar, rugiente y encrespado como yo no había visto nunca el Mediterráneo, y disfrutamos de una no menos deliciosa, aunque corta, sobremesa. Desgraciadamente en esta vida todo se acaba, y los fines de samana también, pero en el largo viaje de vuelta a casa, cuando las sensaciones se atemperan, poco a poco se iba cristalizando el bonito recuerdo de un fin de semana pasado con muy buena gente en el que reímos, comimos y bebimos, y de paso, corrimos una muy buena media maratón.

miércoles, 20 de febrero de 2008

A vueltas con las cuestas

procesión_santa_teresa 15-10-07 002


Si el martes publiqué una foto de una de las cuestas más bellas de Avila, aquí tenéis una de las más duras, (aunque todavía hay algún loco que se atreve con ella). La expresión de mi esposa e hijo mientras suben lo dice todo, y milagro fue que no quedara trepidada al tenerme que adelantar yo al trote para llegar antes que ellos arriba, lo que me produjo un boqueo en busca de aire de lo más globero-paquetil.

Por otro lado la entrada de ayer me quedó un tanto coja. Era tarde, tenía sueño después de un día duro y apenas conté nada, y hombre, sin que mi vida sea especialmente aventurera, estando ya en la cama, en ese duermevela que precede al verdadero sueño me di cuenta de que este domingo corro en Torrevieja, y no había contado nada, y al fin y al cabo este es un blog de atletismo.

Pues sí. Mañana a estas horas estaré de camino a Torrevieja a correr su media maratón, aunque realmente la carrera es lo de menos. Allí hemos quedado unos cuantos paquetillos para llevar a cabo nuestro verdadero objetivo, que es pasar un buen fin de semana juntos con las familias. Paco Malagueta, oriundo de aquellos lares es el que nos lió ya hace unos meses al comentarnos las excelencias de esta carrera: zona turística, playa cercana, circuito llano de dos vueltas y a nivel del mar, buena organización...

Mis objetivos son de lo más modesto. De hecho esta media se ha convertido en un rodaje largo más y tengo la intención de irme a las dos horas con mi tocayo Carlos Darth Vader que está preparando el maratón de París. No obstante, como decía, realmente lo importante es que allí nos juntaremos un buen puñado de foreros de ElAtleta.com a pasar el weekend con las familias, reirnos juntos y a poco que se tercie darnos el primer chapuzón playero del año, que digo yo que tampoco estará tan fría el agua del Mediterráneo como mi piscina en Avila por la mañana temprano por muy verano que sea.

Así que a la vuelta ya os contaré. Espero relatar cómo he hecho buena marca en devorar paella manteniendo a la vez un buen ritmo en risas por minuto. Conociendo a los acompañantes esto está garantizado.

Always Look at the bright side of life


En La Paquetería, hilo destacado de la Web ElAtleta.com hemos decidido adoptar esta canción como himno oficial al reflejar una verdad como un templo: en gran medida nosotros, y nuestra forma de enfrentarnos a la vida haremos de esta algo mejor.

Pues eso, no lo olvidéis. Cuesta, sobre todo cuando vienen mal dadas, pero al final intentar, al menos intentar, ver ese lado positivo de la vida es lo que nos llevará a que esta sea digna de ser llamada así.

Special thanks to Zerolito, member of Correpoco for his collaboration.

martes, 19 de febrero de 2008

De la envidia y otros pecadillos...

avila (19-02-08) 014

Sí, envidia, sexto de los pecados capitales. Insana y mortificante, motor de tantas y tantas de nuestras conductas, orientadas a compensar esa minusvaloración y/o falta de confianza que generalmente es lo que trasluce tan pernicioso sentimiento. Pecado nacional por antonomasia que hace que en este curtido y rancio país aún tantos y tantos queramos ser cabeza de ratón antes que cola de león. Actitud dañina que pretende antes el mal de su objeto que el bien propio. El que esté libre de ella que... ¡Bobadas!, nadie está libre de ella.

Ayer sentí envidia. Mucha. Y cambié mi conducta y mi comportamiento consciente de que lo hacía por ella, nada más, ningún otro motivo. Relato:

El domingo madrugué, (si es que se puede llamar madrugar a levantarse a las nueve y media, aunque quizá un domingo sí se le pueda llamar madrugar a eso), para ir con mi familia a visitar a mis suegros. Tenía pensado madrugar, pero  de verdad, y levantarme a las siete, para hacer la tirada larga y completar una semana de entrenamientos "en condiciones". La Pereza, otro pecado capital, me venció en esta ocasión y me levanté con el tiempo justo de desayunar un enorme trozo de tarta de manzana, (¡Dios!, ahora pecado de Gula, me estoy deprimiendo), hecha al alimón el día anterior por mis dos mujeres preferidas, y que a la sazón estaba deliciosa.

Como castigo, consideré a todos los efectos ayer lunes era domingo, (atléticamente hablando), con lo cual tocaba esa tirada larga hurtada por el acogedor calor de las sábanas, y que dicho sea de paso además descabala el plan de la semana entrante, (aunque eso es otro tema por el que me mortificaré en otro momento).

Al tener que salir casi anocheciendo, la última parte del rodaje transcurre forzosamente por ciudad, (que no me veo yo en plan minero con un frontal en la testa, que aquí en Avila somos muy pudorosos como para llamar la atención de esa manera), y así de paso vacilas un poco a los conocidos, aunque tengas que esconder algo de tripa cuando te cruzas con ellos y a sabiendas de que en cuanto te alejes unos metros ellos, (y/o ellas), van a girar la cabeza y se van a fijar en tus piernas embutidas en esas mallitas apretadas con esa expresión de irónica, (y envidiosa), burla cristalizada en el susurro al acompañante: "¿y adonde va este así vestido?". Menos mal que la envidia aquí juega a nuestro favor...

Decía, que divago, que en estas iba yo por la Avenida de Juan Pablo II, a casi un kilómetro en línea recta del lienzo sur de la muralla de Avila, hermosa y radiante con su iluminación nocturna cuando hete aquí que veo la sombra de un corredor "trepando" por ese lienzo. La imagen era de una plasticidad innegable. Preciosa. El corredor subía por unas escaleras que llevan desde la antigua carretera de circunvalación a Avila, conocida popularmente como La Ronda, hasta el Atrio de San Isidro, una explanada a los pies de la Puerta de la Mala Ventura y que suben entre la muralla y su iluminación, sí, eso, la escalera de la foto. La pendiente que se salva en unos cien metros posiblemente sea del 20% con el añadido de que los escalones la hacen aún más incómoda de subir. Mi idea primera era volver a casa por el mismo lado por el que corría en ese momento, pero las ganas de ser yo el protagonisata de tan hermosa estampa, de que fuera mi silueta la los conductores vieran al bordear la ciudad, me pudo y hacia allí me dirigí. Por el camino ví que el corredor subía y bajaba varias veces. No era un corredor ocasional, pues en ese caso con unas pocas coronaciones al ritmo que en que le veía, se hubiera ido a casa. Durante unos instantes, mientras yo mismo cruzaba el puente romano sobre el Río Adaja, en la parte de la muralla que gira hacia el oeste, lo perdí de vista, pero en cuanto llegué al comienzo de la escalera ví que él comenzaba una de sus repeticiones. Apreté el paso para iniciar mi subida unos cinco o seis metros por detrás, (y con catorce kilómetros ya en mis pobres patas), y me concentré en recortar algo la distancia que me separaba de él, o al menos mantenerla. Más adelante mi pulsómetro escupiría un dato demoledor: 185ppm. para unas pulsaciones máximas, según la última prueba de esfuerzo realizada, de 194ppm.

Su paso era ligero y fácil, apenas sin esfuerzo y tuve que reconocer que a tal ritmo yo hubiera podido hacer apenas seis o siete repeticiones.

Al final resultó ser Chuchi, un compañero de club al que no había reconocido la trasera, y al que no pude por menos que confesar que había llegado hasta allí debido a la envidia que me produjo su visión sobre la muralla.

Con una repetición tuve bastante para calmar de momento mi envidioso sentimiento.

¿Que porqué sólo "de momento"?, decís. Porque según bajábamos de mi momento "de gloria" el bueno de Chuchi me comentó que el otro día él se hizo ¡¡¡32!!! de esas cuestas... Chuchi, ¿no has oído hablar del pecado de soberbia mamón?.

jueves, 14 de febrero de 2008

Tiempo...

-Carlos, tienes que escribir algo en el Blog... Sorprendentemente hay gente que te lee, y tienes la obligación moral de decirles algo de vez en cuando.

-Sí, ¿pero qué?, apenas encuentro tiempo en la vorágine del día a día, marcado por el despertador infame que suena a las siete, del reloj del trabajo que quiere tragarse tu ficha antes de las ocho, de ese mismo reloj que con desgana te autoriza a irte a las tres..., para pasar a depender del reloj del colegio de los niños, del de los monitores de sus actividades extraescolares, del de la Escuela de Idiomas donde esta tarde tienes un examen de inglés, del que saldrás a las nueve sin tiempo apenas más que para cenar, dar un repaso al día, vertiginoso, al igual que el día de ayer e igual a mañana, y meterte en la cama intentando aprovechar la tregua del despertador que de nuevo vuelve a controlar tu vida.

Tiempo, tiempo... Escaso, valioso. Nos hace esclavos de su tiranía, y gobierna nuestra vida, nuestras idas y venidas marcando inexorable su ritmo, machaconamente recordado por ese demoníaco invento que es el reloj.

Os dejo un vídeo de mis queridos Pink Floyd. Hoy no ha habido tiempo para más.

martes, 12 de febrero de 2008

Cupresáceas

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Bajo este nombre se encuentran, (o esconden traicioneramente a la espera de fastidiarnos a unos cuantos la existencia), un gran número de especies del Género Cupressus, Familia Cupressaceae, parientes de los pinos y comúnmente conocidos por cipreses, (incluídas algunas especies tan poco parecidas al Ciprés de Silos tan maravillosamente glosado por Gerardo Diego, como las arizónicas de vuestros jardines). Estas simpáticas plantas tienen a bien polinizar en estas latitudes a partir de mediados de enero para alegría y alborozo de aquellos que les somos alérgicos y esperamos ansiosos dicho momento.

No falla. A partir del cumpleaños de mi amigo José Luis, el 15 de enero, tengo que empezar a tomar Ebastel, un antihistamínico relativamente poco agresivo y con escasos efectos secundarios si no quiero pasarme el día pegado a un klenex, y aún así...

Para más INRI el fin de semana lo pasé en Madrid y alrededores, y cometí el error de ir a comer ni más ni menos que al Retiro, donde tomé al enemigo la foto del encabezamiento, que no, no es un cogollo gigante de brécol.

Total, que a media tarde me veía morir por mi inconsciencia y no he notado mejoría hasta hoy, (ya ayer), lunes, de vuelta a casa, donde las cupresáceas al menos son de confianza.

miércoles, 6 de febrero de 2008

La niebla


El despertador sonó a la hora programada. Su molesto zumbido sólo duró lo que tardó en palmear el negro plástico de su pulida superficie. Durante un segundo el fastasmagórico verde de los números digitales entre los que se adivinaban un seis y varios ceros se filtró a través de sus párpados entrecerrados.

Respiró hondo un par de veces y volvió a abrir los ojos. Permaneció quieto durante unos minutos, sin moverse, sintiendo como su cuerpo paulatinamente volvía a la consciencia, desprendiéndose lentamente de los vaporosos y tenues dedos de sueños que por unos segundos dejaban en su mente una sensación de irrealidad. Por fin, se levantó sin pararse a pensar demasiado en el calor del lecho que abandonaba.

Lo primero que hizo, como siempre, fué otear por la ventana. A esas horas era aún noche cerrada pero por la rendija que quedaba debajo de la persiana logró atisbar un límpido cielo en el que titilaba una miríada de estrellas. Un cielo típico de noche invernal mesetaria, claro y despejado, lo que significaba helada nocturna y un sol restallante en el cielo al llegar el día.

Comenzó con su rutina diaria: un frugal desayuno mientras oía las noticias, unos pequeños estiramientos para acabar de desentumecer su cuerpo y unos tragos de agua. Cogió las llaves de casa y cerró la puerta tras él.

Anduvo unos metros antes de comenzar a trotar. La calle, adoquinada, descendía suavemente hacia la parte baja de la ciudad, hacia el río. En unos minutos cruzó el puente que daba acceso al bosque que corría paralelo a él. El camino serpenteaba y seguía bajando aún unas decenas de metros por la ladera de una colina, y pudo ver que la ribera estaba envuelta en niebla, una niebla espesa y densa de la que se desprendían algunos jirones que se entrelazaban con los árboles del bosque más próximos a él. Este era una extensa fresneda, habitual en zonas riebereñas que se inundan con frecuencia, salpicada por olmos, chopos y zarzales, y que más allá daba paso paulatinamente, y fundiéndose lentamente con él, a un gran encinar. En muchas zonas los senderos apenas conseguían abrirse paso entre troncos añosos cubiertos de musgo.

La niebla y el brillo de la luna llena le daban al conjunto un aspecto fantasmagórico e irreal, lleno de sombras que parecían moverse y ocultarse al ritmo de la suave brisa que susurraba en las copas de los árboles y que parecía no poder penetrar más abajo. El espectáculo desde la parte alta de la ciudad, cuando la niebla conseguía llegar al alba, y aún más, era magnífico: un mar blanco, lechoso, ajustándose a las sinuosas formas del cauce del río, encajado en las caprichosas formas del valle por el que discurría y salpicado por las verdes islas que eran las copas de los árboles.

El conocía perfectamente esos senderos. Llevaba años corriendo por ellos y podía hacerlo casi con los ojos cerrados. El que transitaba se adentraba bruscamente en la niebla, cuyos límites aquí parecían cortados a cuchillo. Se adentró en ella sin temor. No era la primera vez que corría en estas circunstancias, de hecho le gustaba ese ambiente entre íntimo y tenebroso que los caprichos del clima le procuraban de cuando en cuando. Sintió la humedad en el rostro, penetrando en sus pulmones y haciendo que la camiseta se le pegara al cuerpo. Era una niebla tan espesa que le impedía ver más de unos pocos metros, pero la sentía fresca y vitalizante.

Los minutos fueron cayendo en un trote ligero y sin prisas. No había objetivos cercanos y había decidido hacer un rodaje suave, sólo por disfrutar de la sensación de correr al ritmo que sus músculos y su corazón le requerían para devolverle agradecidos la sensación de estar vivo.

Salía de una zona de árboles a un pequeño claro, apenas atisbado, cuando oyó un pequeño ruido de hierba pisada a su izquierda. En la zona no habitaban animales grandes, a lo sumo algún zorro, un perro abandonado o alguna oveja descarriada de las explotaciones ganaderas cercanas, pero alguna vez sí había visto merodear algún jabalí de los encinares que había más allá de los límites de la fresneda. En todo caso, fuera lo que fuese, seguramente se habría sorprendido más que él y no le dió importancia.

Siguió trotando a través del claro. La niebla, aún espesa, estaba tan pegada al suelo que por encima de la cúpula que formaban las copas de los árboles conseguía ver, aunque difuminado, el brillo de la luna. Su luz mortecina se apagaba en unos pocos palmos y apenas llegaba al suelo, pero sólo un par de metros por encima de él estaba seguro de que llegaba con toda su fría intensidad, de tal forma que estuvo tentado de trepar a una rama y asomarse por encima del manto blanco y ver lo que suponía sería el espectáculo maravilloso del reflejo plateado de Selene sobre el lienzo con que el río se cubría para ocultar su envidia ante tanta belleza. Estaba disfrutando.

Cerca del final del claro volvió a oir un rumor entre la maleza, esta vez detrás y a su derecha. Eran, o le parecieron, unos pasos rápidos, que ahora sí, le sobresaltaron. Sin parar de trotar giró su cabeza hacia la dirección del sonido, pero no consiguió ver nada. Le empezó a preocupar que fuera un perro asilvestrado y decidió estar alerta, pero durante unos minutos más no volvió a oir nada.

La siguiente vez el sonido fue mucho más nítido. Algo había cruzado, de nuevo por su derecha, adelantándose a él con velocidad. Conocía el lugar donde estaba y esa zona era la parte interior de un antiguo meandro, ahora fuera del cauce del río, en el que aún no había grandes árboles, pero que estaba densamente poblado de arbustos y espinos. Lo que fuera que la había cruzado lo había hecho rápido y con habilidad, pues no era fácil moverse por esa zona. El vello se le erizó, y repentinamente se dió cuenta de que se había parado, atento, alerta a la escucha del más mínimo sonido, pero este no se produjo. Lentamente dio unos pasos hacia atrás. Su rodaje había dejado de ser algo placentero, y aunque no podía decirse que estaba asustado, su instinto le obligaba a dar la vuelta abandonando lo que quisiera que se escondiera tras la cortina de niebla. Trastabilló, y rompió una pequeña rama, sin duda derribada por el fuerte viento de la semana pasada. El débil crujido se le antojó estruendoso y le sobresaltó, pero no se volvió. Siguió marcha atrás durante unos metros y volvió a parar a escuchar. No oyó nada, y ahora sí, se giró y empezó a trotar muy suave, lo más silenciosamente que pudo, sintiendo que cada metro recorrido le aliviaba la tímida opresión que sentía.

En pocos segundos empezó de nuevo a sentirse bien. Sonrió al darse cuenta de lo estúpido que había sido dejándose dominar por un atisbo de miedo, y su mente, obedeciendo a un primitivo instinto, comenzó a buscar explicaciones para lo sucedido. Poco a poco recuperó el paso, y estaba de nuevo llegando al claro cuando volvió a oir de nuevo los pasos, mucho más rápidos y despreocupados que se acercaban por su espalda. El miedo le asaltó bruscamente y le golpeó inmisericorde. La adrenalina inundó sus venas como nunca antes lo había hecho y saltó hacia adelante a toda velocidad sintiendo en sus piernas la hierba de los bordes del estrecho sendero. Estaba húmeda y el frescor de su caricia normalmente le resultaba agradable, pero ahora estaba realmente asustado, sin saber qué le perseguía, y el roce de esa hierba se poblaba de dedos que intentaban sujetarlo, de sombras que se deslizaban intentando parar sus pies. Estos volaban por el camino tantas veces recorrido, y los pasos que le perseguían se iban alejando lentamente. Tardaría aún unos minutos en salir de la niebla si es que esta no había subido más por la ladera de las colinas que rodeaban el valle. Esa posibilidad le aterró y miró durante un instante hacia arriba. Vió la luna: la niebla no sólo no había avanzado, sino que se estaba disipando empujada por una suave brisa que sintió en su rostro. Pero la distracción provocó que uno de sus pies pisara mal y su tobillo se torció dolorosamente. El otro pie respondió con rapidez, equilibrando su peso y absorbiendo el impacto de su cuerpo a punto de caer, pero se apoyó fuera del estrecho sendero, justo al lado de la rama de una zarza. Al enderezarse de nuevo sintió una punzada de dolor en el retorcido tobillo, pero podría soportarlo. El segundo paso dolió aún más: las afiladas puntas del zarzal se clavaron dolorosamente durante un instante en su muslo, para convertirse en cuchillas que desgarraron su piel cuando su cuádriceps tiró de la pierna hacia adelante. Gritó de dolor, pero no paró. Pronto sintió que gruesas gotas de sangre resbalaban por su pierna, pero estaba cerca del claro. Allí vería con más nitidez ahora que la niebla se disipaba, y podría mantener ese ritmo hasta los límites del bosque y abandonar el miedo que le perseguía.

Ya no oía nada. Sólo su propia respiración, agitada, casi al límite de su capacidad. Lo estaba dejando atrás, pero no pararía. Se dió cuenta de que estaba sollozando, y el sabor salado de sus lágrimas se mezclaba y confundía con el de su sudor. Temblaba de miedo, el miedo a lo desconocido, a los horrores que pueblan la oscuridad, el miedo a nuestras propias debilidades, el miedo al propio miedo. Se sintió débil y vulnerable. Derrotado por fuerzas que superaban su comprensión y que seguramente no existirían sin la noche, sin la luna llena y sin la niebla, pero que ahora habían destrozado su mente en unos pocos minutos. Los sollozos eran tan fuertes que ahogaban su respiración, y gritó para interrumpirlos. Fue un grito de miedo. De miedo y de rabia.

Sus piernas iban perdiendo aplomo y firmeza, pero mantenían el ritmo. Intentó controlarse y volvió a sentir el dolor de su tobillo y las laceraciones de su muslo. Dos minutos. Era todo lo que necesitaba para salir de esa pesadilla. Llegaría a casa y se ducharía. Curaría sus heridas y se miraría al espejo. Superaría la visión del miedo en sus ojos y volvería por la mañana. No iría a trabajar, pediría el día con cualquier excusa pero volvería a pisar ese sendero a la luz del día. Recorrería el bosque de arriba a abajo. Despejaría su mente del terror que ahora lo atenazaba y recuperaría la autoestima que se le escapaba a borbotones entre zancada y zancada.

Salió al claro. Durante unos metros siguió corriendo. Luego intentó escrudriñar la oscuridad a través de los incipientes claros que se abrían en la niebla en busca de no sabía bien qué, desviando nerviosas y rápidas miradas a derecha e izquierda. ¿Qué era aquello...?, ¿una sombra?, ¿una voluta de niebla?, ¿un tronco caído...?. Nada. No vió nada.

Bruscamente lo oyó de nuevo, ahora a su derecha y casi a su altura. Sintió que estaban jugando con él como el gato juega con el ratón antes de devorarlo y sólo le quedaba huir. Apurar sus últimas fuerzas en un furibundo sprint que le llevara de nuevo a campo abierto, más allá del bosque. Había dejado de llorar, pero estaba cansado, muy cansado. Su corazón latía al máximo de su capacidad, y sus pulmones se agitaban en un desesperado intento por absorber hasta la última traza de aire que pudieran inhalar.

Dejó atrás el claro. Estaba de nuevo rodeado de árboles. El sendero se estrechaba y se hacía más sinuoso. El tobillo dolía sordamente, seguramente hinchado y tumefacto. Perdía la sensación del terreno que pisaba y cada paso volvía a machacar sus maltrechos tendones a punto de romperse. La boca le sabía a sangre por el esfuerzo y su estilo se estaba volviendo torpe e ineficaz. De pronto, tropezó con una raíz escondida por la niebla y su cuerpo voló descontroladamente hacia adelante. Su rostro golpeó con furia contra el tronco rugoso de un fresno centenario... y no sintió más.